noviembre 07, 2017

Buscando la esperanza


Miércoles. Es el tercer día que mi padre está desaparecido. Esta situación me desespera. No puedo seguir así. Se está convirtiendo en una auténtica pesadilla, de la que veo que jamás me despertaré.
              
Todo germinó el sábado. Cuando me estaba preparando para ir a baloncesto, escuché a mi madre llorando porque tenía una vida que no le gustaba. Mi padre la consolaba en vano. Ahí empezó todo. La desazón no cesó, sino que continuó. El domingo, cuando me desvelé del sueño, escuché a mi madre gritarle y pegarlo. Quería cerrar los ojos, pensar que esto era una alucinación mía y que cambiaría cuando me despertara. Pero no fue así. Era real.
               
La noche del domingo fue la que detonó mi desánimo. No había nadie en casa, salvo mi madre. Me vino el primer pensamiento de que mi padre se había ido un rato a tomar el aire. Mi madre actuaba como si no hubiera ocurrido nada. Es más, se comportaba como si jamás hubiera tenido marido… como si hubiera vivido siempre sin él.
                
Estaba todo raro. La depresión de mi madre había llegado demasiado lejos. Había echado de casa a mi padre. Quizá él y yo no nos llevemos bien, pero tampoco quería que desapareciese de mi vida. Esto solo produjo que terminara teniendo recelo de ellos dos. Estaba muy disgustado. En dos días se desmoronó toda la estructura familiar que construimos en años.
                
Cené el embutido que había en la mesa. El disgusto se quedaba en mi estómago y no me dejaba la cabeza tranquila. La idea de mi padre fuera de casa pululaba igual que una mosca revoloteando detrás de mi oreja.
                
Mi madre seguía callada. No mostraba remordimientos por haber expulsado a su marido de su vida. Incluso la notaba indiferente.
               
  —¿Papá ha ido a buscar a Miguel?— pregunté.
               
  —No, papá se ha ido de casa—me contestó mi madre. —¡Ya sabes! No nos entendemos, así que…
                
¡Justo como predije! Esa era la respuesta que esperaba. ¡Es mentira! Sí se entienden, pero mi madre no hace esfuerzo ninguno para superar su depresión. Ni siquiera, asume que padece dicha enfermedad. Esa “ceguera voluntaria” estaba matando la convivencia familiar, y no era consciente de ello.
                
Un halo negro de tristeza me rodeó y me hundía lentamente. Los cimientos del mundo que me había creado yo se estaban cayendo. Sentía cómo la tierra se rajaba en dos mitades y me dejaba cada vez más inestable.
                
Esa sensación siguió tanto el lunes como el martes. Conocía a la perfección sus horarios de trabajo y tenía controlado a la hora que volvería. Esperaba a que regresara por la puerta por la que se marchó el domingo, pero no lo hacía. Mi padre nos había abandonado, mi madre apenas se preocupaba por nosotros y yo me comí el marrón de los dos frentes.
                
Ya no me encuentro con ganas de seguir. Tengo ganas de tirar la toalla y dejarme caer al vacío.
                
Desde la Antigüedad, nos han estado diciendo que la esperanza es lo último que se perdía; pero, ¿quién me va a dar esa esperanza? ¿Dónde la busco? ¿Acaso existe esa esperanza para que acabe la pesadilla de una vez? No lo sé. Hoy dormiré y mañana me levantaré investigando dónde se hallará esa lucecita verde llamada… Esperanza.

Hoy pensaba denunciar la desaparición de mi padre, pero cambié de opinión cuando mi madre me lo explicó todo.
                
—Misterio resuelto— me dije.
               
Me contó todo lo que sentía: soledad, falta de apoyo y de cariño, tristeza, amargura… Ambos pensaron que la mejor solución era la separación. En cuanto a mi padre, se marchó porque no aguantaba esta situación tan hostil. En lugar de enfrentarse a los problemas, tomó la decisión de marcharse y no volver más.
                
La verdad, a veces, duele; pero es mejor conocerla porque antes se cerrarán las heridas. Quizá no sea ahora el momento para la esperanza, pero sí podrá serlo más adelante. Lo único que me queda son la paciencia y el tiempo.

                
La esperanza, creo que no me hará falta buscarla más. Ella me encontrará a mí cuando menos me lo espere.


© Óscar Alonso Tenorio

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